El viernes, Federico Jiménez Losantos, en La Mañana, ha hablado sobre el artículo que Federico Quevedo ha publicado en El Semanal Digital – digo, en elconfidencial.com – de Jesús Cacho. El artículo de marras se titula «Gallardón vence a Losantos, y esa es una lección que debería hacernos reflexionar«. En este artículo, por llamarlo de alguna manera, Quevedo llega a afirmar que «Para esta singular cacería de don Alberto se contó con ayuda desde Internet, y se llegó a escenificar incluso una quema nocturna pública de papeletas de la candidatura del PP al Ayuntamiento, en una imagen que bien podía recordar a la de la Santa Inquisición«. Sin ninguna duda, el autor se está refieriendo al acto de cierre de campaña que un grupo de representantes de GNO y de Comando Tippex protagonizamos en El Retiro el viernes 25. Como se puede ver en las fotos y el vídeo, no quemamos ninguna pepeleta. Así que, querido Quevedo, la próxima vez, búscate otra metáfora. En Madrid oscurece a las 9 de la noche, y no a las 4 de la tarde.
Federico Quevedo en elconfidencial.com, 1 de mayo de 2007
Gallardón vence a Losantos, y esa es una lección que debería hacernos reflexionar
Lo digo sin acritud y con la confianza en que mi tocayo y exitoso conductor de La Mañana de la Cadena COPE lo tome como lo que es, como una reflexión sobre el papel de los medios y, sobre todo, de los profesionales, en la política y en la vida interna de los partidos. A nadie se le oculta que Alberto Ruiz-Gallardón no es santo de la devoción de la mayoría de los conductores de los programas más escuchados de la COPE, y que ya desde antes de que comenzara la campaña electoral desde esa emisora se había puesto en marcha una particular campaña dirigida a conseguir que los votantes del PP, es decir, la inmensa mayoría de los oyentes de la citada cadena, se abstuvieran, votaran en blanco o votaran a otras opciones políticas en el Ayuntamiento de la capital, en lugar de hacerlo por el candidato del PP a la reelección.
Para esta singular cacería de don Alberto se contó con ayuda desde Internet, y se llegó a escenificar incluso una quema nocturna pública de papeletas de la candidatura del PP al Ayuntamiento, en una imagen que bien podía recordar a la de la Santa Inquisición. Al alcalde se le había señalado como una especie de bestia negra de la derecha, como el anticristo del liberalismo, un traidor a la causa entregado al polanquismo, un hombre al servicio de los intereses zapateriles para decapitar al PP y conseguir que nunca jamás vuelva a ocupar el poder. Al único que faltó por quemar aquella noche fue al propio Gallardón, atado a un mástil sobre una pira de papeletas y rodeado de guardianes de la ortodoxia increpándole por su anatema política. Claro que ya el punto de partida flaquéa en la argumentación, pues mal casa ese supuesto pacto con la izquierda con su propia ambición de llegar a ser presidente del Gobierno, de la que también se le acusa.
Pero llegó el 27 de mayo, y Ruiz-Gallardón se salió en Madrid, y el único análisis que cabe hacer de esa victoria es el de que, aunque haya habido algunos votantes del PP que le han negado su voto –alguno me ha escrito para contármelo-, la gran mayoría, casi diría que todos, acudieron disciplinadamente a depositar en la urna la papeleta con el nombre de Gallardón, aunque muchos lo hicieran tapándose la nariz, que no lo discuto, pero convencidos de que antes Gallardón que cualquier otro, a la vista de que la oferta dejaba bastante que desear. Siempre he dicho, y lo sigo sosteniendo, y esta lección me lo confirma, que es un error que los medios se erijan en jueces de la vida interna de los partidos políticos, entre otras cosas porque mientras los partidos y sus representantes están sometidos a la verdadera justicia popular de las urnas, los periodistas somos ajenos a ese veredicto.
Sin duda, uno de los grandes errores del socialismo español ha sido el haber permitido que en su devenir influya de manera determinante un lobby de influencia tan brutal como es el Grupo PRISA, porque al final acaba trasladándose a la ciudadanía la sensación de que quien manda en el país no es ese personaje al que los ciudadanos han votado en unas elecciones, sino ese otro tipo orondo y con aspecto de haber salido de una película de los Corleone, sobre el que los ciudadanos no pueden ejercer el veredicto de la soberanía nacional. Pues si eso se lo criticamos a la izquierda, no hagamos lo mismo a la derecha, porque al final los ciudadanos nos responden con lecciones de sentido común y cordura como las de este domingo. Una cosa es la crítica, sana, necesaria, obligada, a la gestión de los políticos y a sus posicionamientos, pero otra bien distinta es ponernos en situación de dirigir la vida interna de un partido y de decirle a sus militantes y simpatizantes a quien tienen que votar y aquien no, cuando nadie nos ha elegido para esa tarea, ni nos lo ha pedido.
Cierto que la frontera que separa la libertad de opinión sobre los partidos y sus candidatos, y sobre la política en general -a la que nos debemos los periodistas-, de esa actitud dirigista a la que me estoy refiriendo, puede ser muy difusa y es fácil que a veces nos excedamos en ese papel que nos convierte en referentes para una parte de la opinión pública. Pero esa frontera está muy definida cuando desde un medio de comunicación se escenifican campañas tan nítidas de desprestigio y acoso de un político entre sus propios electores. Nadie podrá decir nunca que desde este Dos palabras se ha dejado de ser crítico, y mucho, con Rodríguez, pero tampoco podrá afirmar nunca nadie que se le ha dicho lo que tiene que votar, porque eso corresponde al espacio de libertad personal que tiene cada individuo, y como buenos liberales debemos defenderlo por encima de criterios personales, manías, antipatías o aficiones y afectos. Y eso vale también para el alcalde de Madrid.
Seguramente Gallardón tendrá muchos motivos para ser objeto de críticas más o menos duras o despiadadas. Aquí mismo se ha denunciado en reiteradas ocasiones su complacencia hacia la izquierda y su pacto de no agresión con el Imperio, que le ha permitido disfrutar de un singular estado de gracia mientras el resto de sus compañeros se han convertido en blanco de sus iras. Pero el caso es que ha ganado las elecciones, lo ha hecho por mucho, y lo ha hecho bajo las siglas del PP. Y esto me lleva a una segunda reflexión que también creo oportuna a la vista de que la campaña contra Gallardón ha sido un rotundo fracaso. El alcalde representa a ese sector de la sociedad y de los votantes del PP que no quieren seguir dándole vueltas a lo que pasó o dejó de pasar el 11-M, que sin renegar del pasado prefieren dejarlo atrás y pensar en qué puede hacer el centro-derecha para recuperar el poder y seguir trabajando por el bien común. Por eso, pretender obviar a ese sector de la sociedad y de los votantes del PP es hacerle un flaco favor a los intereses del centro-derecha liberal.
Que sea la izquierda la que procure el escoramiento del PP hacia la derecha, forma parte de la lógica de un movimiento político de naturaleza excluyente y de ambición totalitaria… Pero si nosotros creemos en el pluralismo como esencia de la convivencia en libertad, debemos aceptar que una formación política liberal albergue sensibilidades diferentes sobre principios comunes. Pretender, desde un determinado posicionamiento mediático, la uniformidad de criterios y de pareceres en un partido que se dice liberal, y hacerlo desde un entorno periodístico que se precia de lo mismo, es mentar la horca en casa del ahorcado. De ahí que la otra lección que parece habernos dado este 27-M es que es posible la convivencia en el centro-derecha de distintas sensibilidades –Aguirre y Gallardón son un ejemplo-, y que Rajoy, para ganar las elecciones, tendrá que tenerlas en cuenta todas, por complicado que sea hacer ese encaje de bolillos.
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